Libros

Curiosa coincidencia. El día en que se conmemora el Sant Jordi y se tiene por fiesta de los libros es en el que más ganas tengo de meter la cabeza dentro de uno y desconectar de lo que me rodea. No es menos sintomático que en Compostela sigamos bajo una borrasca. Alguien en los cielos ha decidido que debe llover en quince días todo lo que no lo ha hecho desde que nos comimos las uvas felices y contentos. Pero yo quisiera también hablar de libros, señora. Porque hasta hace poco, formaban parte residual de mi vida. Y hoy, no concretamente este 23 de abril sino entendiendo que me refiero al presente, son una parte esencial, capaz junto a la música de relajar el espíritu en los momentos de turbulencias. Han desplazado de ese lugar privilegiado al cine. Quién me lo iba a decir a mi hace diez años, ¿verdad señora? ¿Se acuerda cuando le decía que yo de mayor quería ser crítico y dedicarme a viajar por festivales viendo películas? ¿Recuerda aquel septiembre que hice encaje de bolillos para ir a San Sebastián? Ya, no llegué a ir porque falló la financiación (como casi siempre) y la empresa familiar decidió que no era una inversión productiva. No conseguí convencer al consejo de administración.

Estos días ya sabe que estoy entremezclado en las andanzas de Jean Valjean, Cosette, Mario y los bribones de la Salpetriere, con el joven Gavroche y el desalmado Thenardier siempre al acecho. Tiene Víctor Hugo un escalpelo en forma de pluma con la que disecciona los comportamientos humanos y sociales. Pero carece de sentido de la medida, y abusa del estilo moralizante. Supongo que es un hijo de su tiempo. Pero por alguna extraña razón, perdido ya en la página 900, necesito escapar de París y encontrar un nuevo refugio, siquiera temporal. No sé si el problema es que no estoy para leer miserias. O que este enlosado en forma de cielo me oprime demasiado. Pero necesito escapar. Con quinientas páginas me valdrá, sospecho.

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