mi sofá

An end is coming

El fin. Concepto definitivo. Aquello que termina pero que nunca regresa, al menos no en su forma original. Acabamos una comida que nunca volverá a saber igual, aunque el menú sea el mismo. Acabamos un libro, que probablemente nunca nos vuelva a proporcionar las mismas sensaciones en futuras relecturas. Acabamos un viaje que no será igual al siguiente, ni por compañía ni por destino. Voy a parar aquí. Simplemente porque le veo ya el punto final a esta estancia en Palma que se repite ya por quinto año (¿o sexto?), y habré de volver a mi dulce exilio compostelano, a mi sofá olímpico, a mi cama kilométrica, a mi frigorífico con bebidas de soja y chocolate, a mi ópera en altavoces a toda pastilla, a mis horas muertas entre libros, a mis anhelos por el humo.

Regresos

Las obligaciones me secuestran de mi sofá y mis libros para arrastrarme hasta la oficina. Qué se le va a hacer, no existen las vacaciones perpetuas hasta que uno se muere. Procuraré evitar síndromes de Estocolmo, porque no me apetece volver a librar y tener la mente con otros menesteres que no sean el disfrute de mi ocio. El balance que dejo atrás no es baladí: cinco libros en cuatro días. Eso me lleva a otra reflexión: me es más barato irme de copas, señora. ¿Quién dijo que la cultura salía económica? Pues eso. A trabajar tocan.

Placeres

Le voy a hablar de placeres, señora. De uno consistente en levantarse por la mañana, arrellanarse en el sofá con la Tercera de Brahms de fondo, taparse con una mantita y echar mano de un libro. Y así dejar que llegue el mediodía, hacer una leve pausa para el almuerzo, tomarse el descanso de la siesta y retomar la lectura al calor de las sonatas para piano de Mozart. Un día, y otro, y otro. Hmmm…