juan diego florez

Cessa di più resistere!

Una de las lacras del género operístico es la mutilación de las partituras. Tijera por aquí, rebarbadora por allá, y listo. Aquella escena de la torre que no nos gusta, la quitamos; la cabaletta de tal aria que tiene unos agudos comprometidísimos, igualmente fulminada. Y así, hasta que nos aburramos.

Esta tendencia tiene un doble origen. Por un lado, expresivo y musical: influidos por el verismo y su concepción monolíticamente dramática del género, elementos como las gráciles cabalettas parecían romper el discurso oscuro. Y eso no se podía permitir. Por otro, uno técnico: cantantes sin formación que eliminan de sus particelas esas arias comprometidas, que bien exigen tesituras demasiado elevadas, agilidades imposibles, o que cansan en exceso a lo largo de toda una función.

Una de las arias más castigadas de la historia de la ópera es la que Rossini escribió al final de «Il barbiere di Siviglia», la magnífica «Cessa di più resistere», en la que el Conte di Almaviva desvela su auténtico origen al codicioso y cruel Don Bartolo, reclamando para sí el amor de la bella Rossina. La época oscura que vivió el canto rossiniano durante la primera mitad del s. XX desterró la interpretación de esta fantástica aria, que no se escuchó hasta que Rockwell Blake así lo decidió, allá por los setenta. Fue un pionero, pero todavía costaría su generalización.

Tan es así que cuando Juan Diego Flórez fue contratado por La Scala de Milán para encarnar a Almaviva por primera vez, él mismo se ofreció a cantar el «Cessa», pero los responsables artísticos del teatro le dijeron que no era necesario, que eso se cortaba habitualmente. Años más tarde, cuando regresó al Piermarini para reencarnar al Conte, todo fueron halagos y casi súplicas para que afrontara esta deliciosa pieza. Es Flórez el Almaviva de nuestros días, el guardián de las esencias del mejor canto rossiniano, un intérprete que ha elevado a alturas inalcanzables para otros muchos estos personajes de tenorino (sin que haya el más mínimo matiz despectivo en el término).

En estas funciones de la Royal Opera House, en las que un servidor estuvo presente, encontramos la facilidad para la coloratura y las agilidades, fraseo rico y variado, intencionalidad, y sobre todo, ese agudo limpio y siempre timbrado. Un auténtico lujo de cantante para (este) Rossini.

CONTE 

Cessa di più resistere, 
di più resistere, 
non cimentar 
mio sdegno. 
Spezzato è il gioco indegno 
di tanta crudeltà. 
Della beltà dolente, 
d'un innocente amore 
l'avaro tuo furore più 
non trionferà! 

E tu, infelice vittima 
d'un reo poter tiranno, 
sottratta al giogo barbaro, 
cangia in piacer 
l'affanno 
e in sen d'un fido sposo 
gioisci in libertà,  
in sen d'un fido sposo 
gioisci in libertà! 

Cari amici... 

CORO 
Non temete, non temete! 

CONTE 
Questo nodo... 

CORO 
Non si scioglie, non si scioglie, 
sempre a lei vi stringerà! 

CONTE 
Ah, il più lieto, il più felice 
è il mio cor 
de' cori amanti! 
Non fuggite, o lieti istanti 
della mia felicità!

Povero Ernesto!

«Don Pasquale» fue la última comedia que escribió el genial Donizetti. Sea quizás su título más redondo dentro del género, sin el matiz bufo que puede encontrarse en «L’elisir» o la pequeñita «Fille». Mi escena favorita de toda la ópera es la que abre el segundo acto, escrita para el tenor protagonista, toda ella impregnada de un aura melancólica. En ella, Ernesto abandona la casa de su tío Don Pasquale, después de que éste haya anunciado su matrimonio con la que hasta entonces era su amada, Norina. Sin hogar, sin prometida, sin un duro. Y Donizetti le regala la deliciosa aria «Cercherò lontana terra», un canto de despedida hermosísimo, que se redondea con la cabaletta «È se fia», culminable con un exigente reb4.

El primer Ernesto del que tenemos grabación se llamaba Tito Schipa, un señor que parecía que todo lo que cantaba era fácil. Créame señora si le digo que de sencillo no tiene un pelo. Luego llegó otra leyenda llamada Alfredo Kraus, y encarnó a este torpón jovenzuelo con la dignidad y elegancia marca de la casa. Araiza o Kunde son otros cantantes que han dignificado el rol en los ochenta y noventa, a menudo en manos de falseteros de voz blancuzca e impersonal. En los últimos años, el Ernesto más notable ha podido ser Juan Diego Flórez, en su mejor encarnación fuera de su repertorio rossiniano. Aquí se la dejo. Déjese llevar.

Oh fiamma soave

Admito que quizás no sea fácil entrar en el mundo de Rossini. Pueden no entenderse unos modos compositivos en los que los poco duchos no sepan distinguir comedia de drama. Y el de Pesaro, a mi juicio, fue mucho mejor compositor de ópera seria que bufa. Podría colgar aquí arias de «El barbero de Sevilla», que toooooodo el mundo conoce, e incluso los horteras se ponen de politono en el iPhone. Pero últimamente estoy seducido por «La donna del Lago», y la pieza con que arranca el tercer acto, la escena del tenor. Es de una dificultad endiablada, ya que se pensó en su día para Rubini, un cantante histórico que empleaba la técnica de la voz mixta y el falsete para dar las notas más agudas. Salvadas las distancias, el gran tenor rossiniano de nuestros días es Juan Diego Flórez. Y los aficionados podremos contar a nuestros nietos que lo escuchamos en vivo, así como nuestros abuelos presumen de haber presenciado las grandes noches de Kraus o Pavarotti. Hay que disfrutar de su canto, que convierte en fácil unas coloraturas endiabladas, que sube a plena voz siempre bien timbrado, que modula con un gusto exquisito. Y eso hoy no abunda, señora, sino más bien todo lo contrario.

Mayo

Casi no sé por donde empezar. Está siendo un mayo intenso, de contrastes, reencuentros, risas, nocturnidad, alevosía, copas, apuestas, mensajes, quemaduras, viajes, óperas, cenas, caricias, bodas, aeropuertos, derroches, guiños, palabras, miradas, sueños, maratones, conciertos, tertulias, churrascadas y no sé cuántas cosas más, sobre todo cuando quedan por vivir casi diez días más. Está siendo un mes de mayo de acelerón y frenazo, de excesos y defectos, de sorpresas inesperadas. Hagamos un ejercicio de concisión sumaria para comentar un par de cosas.Hubo una boda. Se nos casó un buen tipo al que fuimos a ver a pesar de una nube volcánica caprichosa. Y allí nos reencontramos tres amigos ocho años después, recordando tiempos pasados, que no sé si fueron mejores, pero desde luego merecieron la pena vivirlos al lado de Toni y Antonio. Queda pendiente visita a Zaragoza, una ciudad a la que le debo buenos momentos, y ella me debe recuerdos. Me los roba de noche.

Hubo una final de Copa. Y una celebración. Y una quemadura. Y Puccini de madrugada. Y un delicioso desvelo con prórroga obligada en forma de curso formativo bastante aburrido. Y la música de Puccini me gusta más ahora, si cabe. Me queda la sensación de que sus óperas son algo cortas. Tendré que reescucharlas más a menudo.

Hubo una churrascada. Nada fuera de lo habitual en un día libre, acompañado de buenas gentes que elevan a la enésima potencia el concepto de hospitalidad. Pero lo importante fue el regreso a un lugar de autos, esquivado durante años, y que ha dejado de ser escena de crimen para convertirse en decorado paradisíaco (y dionisíaco, añadiría). Hay más. Una senda abandonada y poseída por la maleza vuelve a ser transitable. Es una de las alegrías de este 2010.

Hubo un puente y nos fuimos a Madrid. La fraternidad no es una cuestión de consanguineidad, sino de carácter. Y hay un puñado de personas en esa ciudad que te acogen casi como si fueses de su familia. Son amigos, pero prestados por otro individuo único en esta existencia de quien escribe. Regresamos al Teatro Real, disfrutamos de Bellini, Juan Diego Florez y una cena al aire libre deliciosa. Probamos la comida nórdica y los cócteles malasañeros. Recordamos, en fin, porque cuatro años fueron pocos bajo el cielo gris de la capital.

Y habrá, porque el mes no ha acabado, la enésima cita en mi ciudad particular. Puede que después tenga otros muchos más «hubo» para un post.