Le confieso, señora, que tengo un libro de Ken Follett en la estantería. Sufro un cierto sonrojo por esta postración ante el maestro del best-seller, del escritor de cabecera de las modelos y petardas de guardia. Es el complemento perfecto para la autoayuda de supermercado con tufo de colonia de los chinos que es Paulo Coelho. A ver, no soy ningún gourmet literario, y le reconozco que me he zampado a Preston&Child de principio a fin, las dos primeras de Ruiz Zafón o el grueso de la producción de Dan Brown. Es más, me he rebozado con gusto en ese pionero que fue Dumas, o su homólogo Wilkie Collins en Inglaterra.
Pero Follett es otra cosa. He decidido no sucumbir a ninguna edición, por barata que sea, de «Los pilares de la tierra», y así de paso me ahorro su continuación. Esto tiene mucho de postureo, se lo admito. Me gusta poder presumir de no haberlo leído. Valiente medalla. «La caída de los gigantes» parece otra cosa. Seguramente es un espejismo y sea lo mismo que el otro, siete historias que se entrecruzan en el marco de un acontecimiento histórico de colosales proporciones. Pudiera ser incluso previsible. Aun así, 12,95 euros por 900 páginas de libro me parece un trato justo. No así los 23,95 por las menos de 400 del último de Ruiz Zafón, todo un atraco, un insulto al lector por parte de Planeta.
Que sí, que los libros no se miden al peso. Y le doy la razón. Ahora, ya me contará qué cara se le queda cuando se gaste 24 euritos por una novelita que le dura cuatro días cuatro, y luego vuelve a la orfandad de la mesilla de noche vacía. Afiliado a los libros de bolsillo por puro criterio economicista, usté deme muchas páginas y precio ajustado, y ya me tiene predispuesto a despilfarrar. Pero no abuse de este pobre consumista.