Confieso: mi gran esperanza vital no es hacerme rico con ningún trabajo físico o intelectual. Ni siquiera con el periodismo. Ahí no hay dinero a menos que cambies oficio por negocio. No tengo esa suerte. Así que estoy convencido, como ya sabrá señora, de que me va a tocar la lotería. La que sea. Me valen los Euromillones, la Primitiva, la Bonoloto o la Quiniela. Vengan de donde vengan, los euros serán bien recibidos. Y una vez lleguen, los invertiré en deuda alemana y viviré de rentas. Mi modelo a seguir es Paul McCartney, que acaba de cumplir 70 palos, de los cuales 40 han sido recostados en el diván, viviendo del cuento de los Beatles. Diez años de grupo, toda una existencia para disfrutar de los réditos de su fructífera sociedad con el difunto Lennon. Que sí, que tiene justificados los duros de aquella etapa tan sobrevalorada. Pero que disimule un poco, hombre.
Y como todos han ido falleciendo, física (John y George) o artísticamente (el otro), le queda a sir Paul el mantener encendida la vela de la nostalgia de una generación de setentones, de sus hijos y de sus nietos, echando madera de la mala al fuego beatlemaníaco. Tampoco sabe hacer otra cosa. Bueno, sí, casarse y divorciarse armando jaleo. Lo intentó con aquellos Wings, que ni fu ni fa, luego en solitario, y llegó un momento en que descubrió que la caja de caudales estaba en negar su presente y abrazar de nuevo su pasado. Quizás si lo hubieran sabido, los cuatro melenudos habrían exprimido la teta del escarabajo diez años más, y hoy tendría el doble de repertorio que tocar en sus revivals.
Soy un beatlemaníaco renegado. Sí, señora. En mi tierna adolescencia descubrí al cuarteto, lo abracé con ardor y hasta que entró en mi vida el rock, formaban parte de mi culturilla. Expulsé al demonio a tiempo. Porque de no haberlo hecho, le habría dado algún euro en royalties al viejo del diván. Y eso sí que no, que el que quiere vivir de rentas soy yo. Este tío no lo necesita!