suerte

Oca

La vida es como el Juego de la Oca. Por muy cerca que estés de la meta, por muy confiado que te sientas con la dirección adoptada, siempre puedes caer en la casilla equivocada y volver al principio, al punto de partida, al kilómetro cero. Piénselo crudamente, señora. Todos los esfuerzos, todas las tiradas de dados, todo el tiempo consumido para alcanzar la puñetera oca final, para nada. Peor era cuando estabas a una o dos casillas de ganar, y cuando el dado se pasaba de la raya, contabas primero hacia adelante, pero después hacia atrás. Era un tiempo de espera, de incertidumbre. Y siempre bajo la sonriente amenaza de la muerte, del negro que te chafaba los planes y te mandaba al principio.

La vida es como el Juego de la Oca. Ni más ni menos. Un servidor estaba así, tonteando con ganar la mano, para adelante y para atrás, cuando llegó la caída en el agujero. Y ha vuelto a la salida. La metáfora me viene muy bien hilada, porque he vuelto a salir, y por delante, benditas casillas nocturnas que ir transitando, trucando el dado para que vayamos de una en una. Así funcionó la última vez, y malo será que no vuelva a dar resultado. Y la Noche estaba ahí, echándome de menos, preguntándose dónde había estado todo este tiempo, aunque ya sabía la respuesta. Fui feliz de día, pero ahora toca recuperar el biorritmo de la madrugada.

Lo huelo

Voy a ser millonario. Es un pálpito que me sobrevuela, basado en el hecho objetivo de mis aciertos crecientes al Euromillón. Esta mañana, al acercarme a la garita de loterías, me llevé la sorpresa de haber ganado ocho euros. Ya, es una miseria. Pero hace dos semanas habían sido cuatro euros. Y un mes antes, me estrené con la pírrica cantidad de dos euritos. No es que me vaya a hacer rico sumando estas cantidades, porque el truco está en reinvertir para seguir ganando, y llamar de forma incesante y con la suficiente fuerza a las puertas de la fortuna hasta que ésta te abra por puro hartazgo. No me negará que la progresión aritmética me favorece notablemente.

Ya sé que usté deducirá, señora, que por mis palabras dejo entrever que seré más feliz cuando nade en la abundancia de los siete dígitos en la cuenta corriente. Mejor si son ocho, ya puestos. Y no sé si seré más feliz, pero desde luego tendré menos preocupaciones. Y menos hipotecas. Y menos reparo para dormir en un hotel que me cobre 120 euros en vez de 60 por noche. Probablemente seguiré siendo igual de irresistible para las mujeres, igual de alto, igual de caprichoso e igual de entregado para mis conocidas pasiones musicales. Y si me siento solo (que es diferente a estarlo), el dinero no es la solución. Así que ahórrese el llamarme materialista así de primeras.

Tampoco podré cambiar el mundo, ni dedicarme a la filantropía intensiva. Si eso no lo consigue el segundo hombre más rico del planeta, ¿cómo puedo aspirar yo a ello? Apenas mejoraré mi calidad de vida y la de quienes me rodean. Incluso, llegado el caso, la de los hosteleros del ocio nocturno compostelano, con los que guardo una deuda de gratitud por la de copas cojonudas que me han servido en estos casi nueve años de sonambulismo por sus locales. Pero eso sí, la discoteca que me voy a montar va a hacer palidecer los archivos de Radio Clásica.

Y todo ello, gracias a la fortuna. Porque me va a sonreír. A narices que sí.

Otoño

Podría ser recurrente preguntarme mirándome al espejo qué espero desde este primero de septiembre hasta que me toque comerme las uvas. Creo que en un momento de equilibrios tan débiles, casi pediría darle continuidad a todo lo que tengo en marcha, permanecer ajeno a las empresas titánicas que afrontan algunos conocidos, a los que las prisas han llevado al altar y a acelerar el ritmo de sus vidas para alcanzar un destino que ni ellos mismos conocen pero que las convenciones sociales les han escrito a fuego. El armazón de esta capilla dedicada a mi felicidad está compuesto de sillares todavía no consolidados. Cabría una plegaria al buen tiempo, para que los elementos externos no la hagan zozobrar antes de que suelde la argamasa de las ilusiones y la constancia. Quizás otra a la suerte, para que me admita lo acertado en la elección de los materiales de construcción. Y confiarnos en que sabré ordenar el culto de modo que el fervor no me nuble la vista pero que tampoco quede olvidado en los pozos de mi memoria.

Cuanto menos, se plantea un otoño interesante e intenso, de oportunidades, de certezas a la espera de ratificación, de guiños al humo, de calma y reconversión nocturna. Soy demasiado joven para estar cansado de muchas cosas, pero estoy demasiado cansado para cambiar de forma de ser. Yo tampoco lo entiendo, señora. Lo único que sé es que acaba de empezar la cuenta atrás para cumplir mi noveno año en Galicia. Y para ser casi una década, a mi me parece que ha pasado en un suspiro.