La vida es como el Juego de la Oca. Por muy cerca que estés de la meta, por muy confiado que te sientas con la dirección adoptada, siempre puedes caer en la casilla equivocada y volver al principio, al punto de partida, al kilómetro cero. Piénselo crudamente, señora. Todos los esfuerzos, todas las tiradas de dados, todo el tiempo consumido para alcanzar la puñetera oca final, para nada. Peor era cuando estabas a una o dos casillas de ganar, y cuando el dado se pasaba de la raya, contabas primero hacia adelante, pero después hacia atrás. Era un tiempo de espera, de incertidumbre. Y siempre bajo la sonriente amenaza de la muerte, del negro que te chafaba los planes y te mandaba al principio.
La vida es como el Juego de la Oca. Ni más ni menos. Un servidor estaba así, tonteando con ganar la mano, para adelante y para atrás, cuando llegó la caída en el agujero. Y ha vuelto a la salida. La metáfora me viene muy bien hilada, porque he vuelto a salir, y por delante, benditas casillas nocturnas que ir transitando, trucando el dado para que vayamos de una en una. Así funcionó la última vez, y malo será que no vuelva a dar resultado. Y la Noche estaba ahí, echándome de menos, preguntándose dónde había estado todo este tiempo, aunque ya sabía la respuesta. Fui feliz de día, pero ahora toca recuperar el biorritmo de la madrugada.