errores

Soluciones

Hoy me disfracé de arqueólogo y rebusqué en el archivo de este blog. De vez en cuando lo hago, para reconfortarme pensando que hubo un pasado mejor, pero que también llegó a ser mucho más doloroso. Siete años y medio de historias dan para muchas reflexiones, señora. Albergo una duda respecto a todo en esta vida. Dado que creo que nuestro futuro, nuestro día a día no está escrito, tengo la convicción de que podemos lograr todo aquello que nos propongamos. Es decir, que existen hojas de ruta para que, saliendo de nuestra casa, podamos llegar a ser presidente de la comunidad de vecinos o tuitero de éxito. O consigas salvar una relación.

Esas hojas de ruta son las que poseen los inexistentes guardianes de nuestro destino. Son como los libros de soluciones de los juegos de ordenador. Te dirían a dónde ir, qué hacer y qué decir, en qué momento realizar tal acción o cómo reaccionar a tal otra. De alguna manera, sería traicionar al libre albedrío por el que nos regimos. Llegaríamos incluso a engañar con mayúsculas a quienes nos rodean, por cuanto nuestras acciones y afirmaciones no serían sinceras y espontáneas, sino fruto de la trampa.

Por eso, me quedo con una reflexión mía que hice hace más de cinco años en este mismo blog: «La palabra es el poder máximo, y cuando no conseguimos nuestro objetivo es que no hemos empleado las adecuadas». Porque en el fondo, la mayoría de nuestras victorias y nuestras derrotas siempre dependen de nosotros mismos. Apúnteselo, señora.

Olvidar

Los efectos terapéuticos de los aires mediterráneos quedan demostrados, señora. Hace apenas dos días, se me llevaban los demonios por la caza de brujas emprendida por la famélica legión contra una compañera por un error humano, subsanado y disculpado públicamente en la plaza del pueblo. Se aceptaron incluso los tomates como penitencia y las ya consabidas lecciones de buen hacer que la docta autoridad en la materia imparte desde su atalaya libertaria. Hoy, de regreso, todo aquello no parece sino un mal recuerdo, algo lejano en el tiempo sobre lo que no merece la pena volver salvo para no olvidar lo aprendido: los traductores automáticos los carga el mismísimo demonio. Y expreso aquí mi deseo de sepultar este incidente, que quede atrás y no sea motivo de más controversia, porque desde luego no lo merece. Pero queda en mi desconfiado espíritu la sensación de que habré de ajustar cuentas en los venideros días con algún alumno aventajado, o simple despistado pero con ganas de jarana a costa de la desgracia ajena. Será una pena, porque hay estados de ánimo que sería mejor no erosionar. Sobre todo los buenos. Como el actual, matizo.

Errores

Aquello del cogito, ergo sum de Descartes anda ya fuera de onda. Se ha quedado oxidado. Ahora andamos más en el «la cago, dado que soy persona». Y hay que asumirlo como tal. El resultado de los errores debe entenderse desde una perspectiva de indulgente ingenuidad. Nadie yerra por gusto o mala intención, y quien lo hace comete una imprudencia, que tiene otras consecuencias. Asisto hoy a la lapidación de una persona por haber incurrido en una grave equivocación no intencionada en la redacción de una noticia por parte de individuos anónimos que, escondidos detrás de nicks, convierte el error en un filón para vomitar toda la bilis contenida contra la empresa para la que trabaja, cuya orientación ideológica es la que es, y a mucha gente molesta profundamente.

Y es que hay que ser ruin y miserable, con todas las letras, para hacer leña del arbol caído mediante los repugnantes comentarios que gente ociosa e intolerante vierte a través de Internet y ese cenagal que son las redes sociales. ¿Quién es mi peluquera o mi fontanero para opinar sin dar la cara sobre el resultado de mi trabajo? ¿Lo hago yo respecto al suyo? ¿Insulto gratuitamente su actividad cotidiana a través de la red por meras desavenencias políticas? A esto hemos llegado en esta profesión periodística tan devaluada por sus propios gestores y gurús, y hoy estoy triste. Porque quien cometió ese error no merece, ni de lejos, una trascendencia así. Y porque cuando otros periodistas se suman a esta hoguera inquisitorial, solo merecen mi desprecio y que les señale como lo que son, auténtica basura.

Probablemente ella no lea esto. Pero que sepa que tiene todo mi apoyo.