Entender

Hay elecciones dentro de unos días. Nada más lejos de mi ánimo decir qué o a quién hay que votar. Sobre todo porque yo no voy a hacerlo. Se me pasó el plazo del voto por correo. Otra vez. Y van…

Dicen que la gente está harta de los políticos y que muestra una profunda desafección con todo lo que tiene que ver con ellos. Y especialmente en estas europeas, en el que el objetivo es mandar diputados al quinto pino. O sea, a Bruselas. Y como que aquello nos queda demasiado lejos. No ha salido todavía ninguna plataforma de «Rodea el Parlamento Europeo». Quizás porque en Bélgica son más expeditivos a la hora de relacionar manifestaciones e instituciones.

No obstante, déjeme que le diga, señora, que entiendo su cansancio. El suyo y el de sus amigas esas jubiletas que se reúnen en su casa para hacer ganchillo y pasar revista. Entiendo que la gente esté hastiada de políticos que nunca llevan una arruga en el traje mientras hay miles de familias que lo pasan mal. Entiendo que esta crisis ha polarizado todavía más a quienes sufren y quienes no. Entiendo que los recortes duelen más en las casas sin sueldos que en las mansiones millonarias. Entiendo que la credibilidad se ve agrietada por los escándalos que día a día empapan los periódicos. Entiendo que la pereza se apodere del personal esos domingos en los que hay que ejercer de ciudadano. Entiendo que el hartazgo derive en alejamiento del sistema y de sus resortes. Entiendo que la gente se pare a pensar de qué vale todo si parece que huele a podrido por doquier.

Lo entiendo.

Incluso a veces me asalta alguna duda similar. Y es en esos instantes de duda cuando me pregunto qué alternativa hay. Y es en ese punto, cuando se me hiela la sangre y me entran sudores fríos, cuando recuerdo que lo conocido, por malo y terrible que sea, es siempre infinitamente mejor con todos sus defectos a las alternativas. Y que siempre saldremos ganando si, poquito a poco, cambiamos los errores de nuestro sistema en vez de abandonarnos a «lo otro». Porque eso sí huele a podrido.

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