Del año que termina…

…me quedan un puñado de imágenes en sepia, fruto del pasado que ya representan en mi vida. Como tal lo recordaré, como una etapa de toma de decisiones, de cambios sutiles y radicales, de puntos y aparte. Apenas hay un elemento de continuidad en este 2011, que es mi deliciosa adicción al humo y a la ópera, que como ya sabe usté, señora, se remonta incluso al 2010, por lo que tampoco son cuestiones novedosas. Atrás dejaré este año un piso, un trabajo y, por encima de todo, una profesión. Lo primero puede parecer superficial, pero cuando todo mi paso por Santiago había transcurrido hasta entonces dentro de las mismas cuatro paredes, hay muchos recuerdos que se amontonan.

Me quedo con el giro vital en los dos últimos aspectos. Cambio de oficina y de responsabilidades, como ya sabe. Y ello, implícitamente, tiene aparejado una sustancial variación en la forma que se tenga de entender el periodismo. Ha sido un salto con red, confieso, pero no por ello menos osado. Echo la vista atrás y contemplo ocho años de más alegrías que sinsabores. Muchas más. Y de mejores compañeros, aunque incluso en eso haya alguna excepción. Todo esto es ya agua pasada, tanto como los viajes a Milan, Robledillo, Bilbao, Oviedo, Londres, Sevilla, Madrid, Turín, Barcelona o Valencia durante 2011. Son postales propias que duermen gustosas en la caja de seguridad de mi memoria.

Por delante, el nuevo año, la vida a todo color, en pantalla de 70» y con sonido envolvente. Pero eso, señora, es otro post.

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