maestro

Kraus

La genial «Lucia di Lammermoor» fue una de las escasas óperas del gran Gaetano Donizetti que sobrevivieron en el pasado siglo. El verismo sepultó a la inmensa totalidad de la producción belcantista, una marea de la que apenas se libraron un puñadito muy escaso de títulos, salvados por el empeño personal de divas y divos que encontraban en ellos instrumentos para su lucimiento. La Lucia es una de las óperas más agradecidas para las sopranos denominadas de coloratura, con una de las escenas de la locura más famosas de todo el género. En ausencia de intérpretes de verdadero talento, no se programaba. El relanzamiento mundial de esta historia que adapta una novela de Walter Scott vino de la mano de Maria Callas a comienzos de la década de los 50, y de Joan Sutherland en los 60. La soprano australiana revolucionó la escena internacional con su interpretación de 1959 en la ROH de Londres, y la consagró como una de las más grandes de todos los tiempos. La última gran Lucia de nuestros tiempos fue Mariella Devia, dueña y señora del rol en los ochenta y noventa, y que lo retiró de repertorio en 2006 en La Scala (si no me falla la memoria). Hoy tengo mis esperanzas puestas en Jessica Pratt.

Dicho todo esto de Lucia y de sus intérpretes femeninas, tiene este título una curiosidad nada menor. Es de las pocas (por no decir casi la única) composición donizettiana que cede el protagonismo del último acto al tenor. Ahí están la Bolena, el Devereux, la Lucrezia o incluso la Stuarda, donde son las grandes divas las que están a pie de escena cuando cae el telón. Curiosamente, en Lucia este honor es para el tenor, con una escena que ocupa todo el último tramo del tercer acto. Si alguien ha cantado con elegancia esta parte fue el maestro Alfredo Kraus. En el bel canto, la vulgaridad se castiga con la indiferencia y el desprecio del público. El estilo, ante todo. Me emociona de Kraus su entereza, la lección de técnica vocal que imparte a sus casi sesenta años, en un papel que muchos dejan de cantar al llegar a la cuarentena. El repertorio de medias voces, de smorzature, de agudos timbrados y sostenidos, de fraseo cuidado y pulido, me pone el pelo de punta. Este video se corresponde con unas funciones del Liceu de finales de los 80. Hay que dejarse llevar por Kraus, por la clase que destila en cada nota, por el pellizco que te da en el agudo final, por sentir a un viejito de 61 años resignarse a una muerte a manos de su enemigo y hermano de su amada simplemente por amor.

Kraus bien pudo ser un gran Werther, un jovial y chulesco Duca, un doliente Alfredo, pero a mi juicio, por encima de todo fue un Edgardo de infinita nobleza.