La eurobarba

No me valores por lo que hago, sino por lo que represento. Es la máxima de esta sociedad, de esta cultura nuestra que nos rodea, de este occidente moralizante y coscorroneador, de esta farsa que hemos construido entre todos y que a todos se nos está derrumbando un poco cada día.

Sentí cierta vergüenza ajena por lo del sábado en Eurovisión. Omita el «cierta», señora. Vergüenza ajena con todas las letras. La mamarrachez reivindicativa triunfa, pero la mamarrachez por la mamarrachez, como aquel Chiquilicuatre nuestro, era una burla. Póngase barba y critique las listas de espera de la sanidad; póngase barba y censure la subida de impuestos; póngase barba y ataque los recortes en la enseñanza o los servicios públicos. Haga todo eso y se reirán de usté.

Pero si se pone barba, se deja el pelo largo (y una fortuna en un salón de estética), se hace las uñas y se embute en un traje de lentejuelas, ya puede cantar «Doce cascabeles tiene mi caballo» que si encuentra el foro adecuado, se erigirá como defensor de los derechos de los homosexuales en Rusia. Porque todo el mundo sabe que la atención del mundo está ahí, y no en una guerra en el patio trasero de Israel como es Siria, ni en la Nigeria donde radicales secuestran a adolescentes para violarlas y venderlas como esclavas.

No. La mamarrachez hirsuta tiene que reivindicar algo que sea cool, que pueda tuitearse bien. Eso de Siria es una cosa como muy tristona, mucho mejor banalizar lo ruso y dedicarle el triunfo de este individuo a Putin, al que imagino en una crisis de ansiedad por la reprimenda recibida por el ¿señor? ¿señorita? Wurst. No debió dormir bien el sábado.

Y esta es la Europa de nuestros días, la de la espantajería, la de la superficialidad, la de la apariencia. La Europa que quiere ser pero que no es capaz de ser algo más, la de un actor político de segundo orden sustentada en una sociedad igualmente incapaz de jugar en primera.

El sábado yo me sentí escasamente europeo. Y profundamente abochornado.

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