Obligaciones

Me hubiera gustado ilustrar este post con una imagen de mi instituto, uno de esos edificios del tardofranquismo rehabilitados para democracias tempranas donde impartir principios constitucionales y clases de gimnasia. Ah, y lecciones de mecanografía. Aunque yo aprendí a teclear en Morón de la Frontera, con un fulano que se empeñaba en que yo adquiriera destreza a los mandos de la Olivetti y a mí sólo me interesaba que me contara cosas del abuelo que nunca conocí. Supongo que nuestro trato eran recuerdos a cambio de hojas llenas de qwertys y asdfgs. Con qué poco nos conformábamos entonces.

Vuelvo al instituto. No físicamente, señora, sino a modo de evocación del tiempo pasado. Lo hago coincidiendo con la lectura de «Cien años de soledad». Sí, por primera vez. La relación entre una cosa y otra es íntima. En aquella tierna adolescencia, renegué con la aparatosidad que suelo de la obligación de leer a García Márquez y su general sin correspondencia. Casi tanto como de la imposición de Rulfo y su páramo flamígero. «No me creo que me digas eso», me replicaba entonces el profesor de literatura, uno de esos hombres que convirteron su condición de bonachón en una síntesis de toda su persona. Y en el fondo le hacía un favor, porque le permitía enmascarar su afición al clarete y sus esquinazos a los principios generales de la higiene.

La edición de «Cien años de soledad» que empecé el jueves a la noche y estoy seguro que acabaré antes del lunes la compré en 2004. Y desde entonces ha ocupado todas las posibles estanterías de mis distintos pisos. Primero, la de los libros olvidados. Con el tiempo, se hizo un hueco entre los de lomo vistoso, y salió del ostracismo. En la mudanza, ganó una plaza entre los secundones. Y sin siquiera llegar a la titularidad del mueble del pasillo donde lucen las novedades, acabó en mi mesilla. ¿Y por qué tardaste ocho años en leerlo, Quillo? Difícil explicación, señora. Lo compré a sabiendas de que algún día lo querría leer. Pero ese momento habría de serme revelado sin mediar coacción alguna de terceros. Ni siquiera de mi propia conciencia. Debería ser un interés que brotara de la nada.

Y el mismo impulso que me lleva a deglutir best sellers de dudosísima calidad, que me arrastra por el cenagal de las tramposas historias de Agatha Christie, que me arroja en brazos de la novela negra alternativa porque es más cool que la convencional, es el que me llevó el jueves a reconciliarme con García Márquez e interesarme por la saga de los Buendía. La pregunta que me rodea estos días es si habría cruzado el umbral de Macondo con anterioridad si no pesaran sobre mí las maldiciones que proferí contra este autor en el instituto. Y si aquellas no fueron fruto de la obligación de leerlo. Lo que me conduce a la razón primera sobre la que pilota mi vida: no obligarme a nada para poder apreciarlo todo sin prejuicios.

6 comentarios

  1. Todos tenemos el recuerdo de que un profesor en el instituto nos cambio la vida. Y que otro en la univesidad nos la desgració. Y seguramente ambas cosas son ciertas. Y falsas, porque en el fondo, la clave de todo, estuvo en la EGB.

  2. He sido siempre tan soberbio que me he negado a que nadie me alejara o acercase a su huerto. Todo debe ser descubrimiento personal o le negaré la relevancia que pueda tener. Presuntuoso que es uno.
    No obstante, la excepción a esta absurda regla fue el tipo de Física que me aconsejó cambiarme a Letras, bajo amenaza explícita de no aprobar la asignatura en COU. Así que en el fondo, todo es culpa suya.
    La EGB y la Universidad fueron inocuas. A ambas llegué aprendido.Quizá de más.

  3. Creo que ya entonces habías empezado a cruzar el umbral de Macondo. Deberíamos hacer alternativo a Hercules Poirot y a Miss Marple, son mucho más cool y mas frikis que Guido Brunetti. Por cierto, ¿dónde esta lo alternativo y cool en que una mujer escriba novela negra con prota masculino?.

  4. Tiene completa razón. No es ni alternativo ni cool. ¿Pero cree que alguien que se esconde detrás de un crooner de los años sesenta, tiene un blog en tonos grises y habla de ópera puede desear algo alternativo y cool? Es más, ¿acaso el género negro tiene un ápice de originalidad, después de décadas y décadas de sucesos novelados? Ocurre que nos gusta engañarnos y decirnos que eso que leemos es más interesante que lo que lee nuestra peluquera. Suele ser cierto si ella lee el Hola. No lo será si hace caso al Bobalia, digo Babelia, y va a la moda en autores de actualidad. Creo que me he dispersado.

  5. Jajajaja sí, un poco disperso si parece… No me entendió bien, no lo decía por usted, hablaba en general de los adoradores de Donna Leon (que no es que esté mal). En cuanto a si usted es alternativo y cool, desde luego fijarse en un crooner es bastante alternativo y muy cool por aquello de lo retro y oldie, aunque no se si eso le va a gustar mucho. Un saludo dipinto di blu

    1. ¿Por qué llamar retro, oldie, vintage o váyase a saber cuántas cosas más a las cosas que son simplemente clásicas? ¿Es que acaso los modernos sienten por el término «clásico» la misma aversión que los vampiros por el ajo? Ahora, Dean Martin es un rato cool. Era el rey de «lo cool». Lástima que haya que explicárselo al 98% de la población menor de 30 años.

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