Yo no creo en Europa. Entiendo que las uniones supraestatales deben de tener intereses más allá de los meramente económicos y alcanzar algún tipo (uno, aunque sea) de connivencia o concordancia en valores sociales, morales, culturales o religiosos, si quieres. Y nosotros no los tenemos. Europa ha estado toda su vida peleada por motivos sociales, morales, culturales y religiosos, ¿y ahora quieren que nos unamos? ¿Tan sólo para plantarle cara a Estados Unidos? ¿Y Rusia y China no nos molestan acaso ni son amenazas suficientes para nuestro crecimiento? La unión económica, el libre tránsito de personas y mercancías y una mínima unificación en legislación financiera y mercantil (eso, mínima), sí tiene futuro. Pero ahí debe terminar. La libre moneda nos hace un mercado único y amplía las dimensiones de nuestro comercio más allá de las fronteras de cada Estado. Pero no se nos puede exigir una identificación con noruegos, holandeses o eslovenos, por mucho que se empeñen los popes de la política.
Por todo esto, creo que la lección de Irlanda es perfectamente legítima, justa y merecida. Me da igual los argumentos con que concurrieran los irlandeses para decir "no". Lo hicieron y punto. Tan válido es el resultado como el de Zapatero el 9-M. Y no porque no nos guste vamos a ir llamando a la gente a las urnas cada seis meses, ¿no? Así que ahora a apechugar, a asimilar que esta Unión Europea que nos venden es un fracaso, que no queremos europarlamentarios trincones que engordan las instituciones, que no queremos intervencionismos extranjeros ni políticas que nos afectan de lleno a nuestros sectores productivos importadas de Bruselas, que no guardamos parecido alguno a los del Este (y menos a los turcos, que están deseando entrar en la UE), y que tengan la mínima decencia de preguntarnos si queremos carne o pescado, porque las dietas impuestas acaban en sobrepeso, anorexia o alergias.